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Crónicas Biográficas / Utilidades

Cuando terminé mi trabajo en la prestigiosa y muy creativa para entonces agencia de publicidad Lowe o mejor dicho, cuando renuncié para poner mi propio estudio, empecé a trabajar desde casa (cosa que hago ahora de nuevo). Ya tenía yo mi primer cliente, bueno, dos clientas para ser exactas que poseían un hermoso negocio en una esquina de una calle muy bella adoquinada y solo de paso peatonal de la ciudad en dónde las personas podían comprar jabones y productos cosméticos elaborados con ingredientes naturales. Recuerdo pasar por esa calle y oler desde afuera esos intensos aromas. Era una delicia para mí entrar a ese almacén. En esa época (2004) ese sitio era algo novedoso en mi ciudad, las personas preguntaban de dónde era la marca y por supuesto pensaban que el diseño estaba hecho en otro país (el pensamiento era: si es bonito y bien hecho no puede ser colombiano, seguro es importado) y es que la historia de diseño gráfico en Colombia no es tan rica y elaborada como en Barcelona, Buenos Aires o Nueva York, Inglaterra o París. No hemos sido una cultura que se pregunte por la belleza y no hemos tenido gobernantes que nos hayan mostrado, nos hayan inculcado esa manera de vivir. Ni el diseño, ni la arquitectura se han destacado como industrias en mi país, o por lo menos no hasta ahora. Eventualmente podemos encontrar lindas piezas aisladas que nos hacen estremecer, pero no tenemos, digamos, un movimiento propio, que no sea por supuesto el indígena (que tiene una belleza casi insuperable) Quiero mencionar al arquitecto brasilero Oscar Niemeyer a quien conocí por mis comunicaciones con el talentoso diseñador e ilustrador español, Isidro Ferrer con el que tuvimos un encuentro epistolar digno de publicar en estas crónicas sobre el tema de la belleza. Una de las célebres frases de este arquitecto que miraba con desconfianza el discurso plano y aburrido de la Bauhaus poniendo por delante lo femenino y orgánico es:  “No solo basta que sea funcional, tiene que ser bello” y claro, en esa época en mi país ese discurso cultural pertenecía a  Europa no a Latinoamérica (me alegra que esto esté cambiando rápidamente) Parte de ese cambio, fueron estas dos mujeres, Jenifer Solero y Tatiana Buendía, empresarias y líderes que quisieron tener una marca dónde la belleza era un factor tan importante cómo la procedencia del aceite o los tonos frutales en un olor; ellas aunque muy diferentes en su manera de ser, Jenifer haría lo que fuera para tener dinero y éxito mientras que Tatiana tenía otros intereses en la vida, tenían en común el gusto por la buena vida. Eran sin lugar a dudas unas perfectas sibaritas. Empecé diseñando etiquetas para jabones, exfoliantes de cuerpo, aguas de linos, aguas florales y empaques para el almacén. El negocio fue creciendo y poco a poco comencé a elaborar nuevos productos, líneas enteras de cosméticos, líneas para hoteles, vitrinas, catálogos, tarjetas y por su puesto…más jabones. Jabones para el amor, jabones para la casa, jabones para niños, jabones para la suerte, jabones para la cara, ¡jabones para jabones! Lo mejor de este proyecto era la posibilidad que tenía yo en los diseños de colocar pequeñas pistas y claves de mi vida. Era un descubrimiento profesional importante. Haciendo los empaques reconocí que mi manera de diseñar tenía que ver con un proceso artístico que implicaba poner, mostrar, exponer lo que me gustaba y lo que me pasaba (a lo Cindy Sherman). Por ejemplo, en los empaques hay objetos de mi casa y los estilos de las ilustraciones son búsquedas personales o pequeños homenajes a mis artistas preferidos. Los clientes no saben esto (o por lo menos no hasta que lean esta crónica) ni tienen por qué. Ellos aprecian un diseño auténtico, bonito y emotivo. Esa era la clave en Loto. Con este cliente gané mi primer premio internacional: un prestigioso y desconocido en mi país: Communication Arts que me traería mucha felicidad y muchos conflictos. Resulta que en ese momento la cuenta la compartíamos con un importante diseñador, y en el momento de la inscripción, él, puso solo el nombre de su oficina y no el de la mía, y entonces para los anales de la historia, ese primer premio, ese diseño en el que invertí muchos días de trabajo que tiene otro de los mapas de mi vida (las etiquetas son telas de mi ropa) será para siempre de la oficina de él. Para ser justa, tengo que admitir que él pagó la inscripción, llenó los formularios, dirigió la sesión de fotos y le pagó al fotógrafo, las lindas fotos que nos ayudaron a ganar. Claramente mi nombre está en los créditos como diseñadora y creativa, pero en ese momento cuando llegó la revista tuve mucha furia y decidí que empezaría a trabajar sola. Hoy en día agradezco ese momento con oro. Fue el momento de mi emancipación como diseñadora, de mi paso hacia mi propia vida profesional. Era como estar de repente en una interesante ciudad, con tiempo para conocerla, para recorrerla. En ese momento, las socias del almacén también se estaban separando y yo les dije que la que se quedara con la marca debería elegir también un diseñador. Jenifer Solero se quedó con la marca y conmigo. Como muestra de su interés en el desarrollo de mis talentos me llevó a París. Para ese entonces yo tenía unos 27 años, acababa de comprar mi primer apartamento, empezaba a dictar clases en la universidad de Los Andes y justo un día antes de viajar a Francia descubría que mi compañero tenía un amorío con una estudiante. Viajé con el estómago revuelto, pero Jenifer y París se encargaron maravillosamente de componer mi sistema digestivo. Estuvimos en Maison Object una feria de diseño inmensa de la cual todavía, una década después saco inspiración; recorrimos muchos almacenes de lujo, comí por primera vez macarrones de Pierre Herme y chocolates de Laudré, miré extraordinarias etiquetas, conocí el Palais de Tokio, compré cosméticos y en otras palabras… trabajé sin parar. De la ciudad tuve tiempo para conocer el pequeño pero muy de moda en ese entonces barrio donde nos quedábamos el Moulin Rouge en dónde acababan de grabar la exitosa película Amelie. Fue un viaje agotador y enriquecedor, de donde tengo un diario visual y buenos recuerdos. La belleza de París es deslumbrante. Es una ciudad que fue pensada para eso. Esta es la historia: Luis XIV decidió que quería una “Nueva Roma” y empezó a  tener en cuenta el urbanismo. Pensó en unos límites estéticos que contemplaban líneas geométricas rectas, cubiertas con triángulos curvos llamados Frontons, nichos con estatuas o cartuchos, cariátides (columnas con forma de mujer) cortinas de guirnaldas y cascadas de frutas esculpidas en piedra.  ¿Les suena familiar el estilo? ¿Lo han visto tal vez en…..digamos…. Italia? Este refinado rey no tenía en cuenta los derechos de autor, ni el plagio o la originalidad. Él quería la nueva Roma y no se detendría hasta lograrlo, y sabía que para eso, había que ser fiel a la referencia. Unos pequeños cambios aquí y allá y la ciudad sería digna de albergar al Rey del Sol que por el momento viviría humildemente en Versalles. Volvimos de esa mágica ciudad a la nuestra esperando traer llenas nuestras maletas de encanto y carisma. El trabajo con esta marca siguió por unos 8 años más. Diseñé innumerables empaques que me dieron muchísima felicidad y satisfacción profesional. Viajé de nuevo invitada por Jenifer Solero y su marca esta vez a Nueva York para investigar y descubrir otro tipo de belleza, otro tipo de ciudad. Ahora, cada vez que pasó por los nuevos almacenes (hay varios en centros comerciales en Bogotá y uno lindísimo en la esquina de Santo Domingo en Cartagena) siento esa inexplicable Saudade portuguesa que muchos artistas han descrito y sigo sintiendo esos delicados aromas en mi corazón y esa enorme cercanía con la primera marca que tuvo el estudio y con la cuál pude expresar la belleza con la que quiero ver el mundo. Ayer me encontré con el esposo de Jenifer en un funeral (de una amiga en común, no en el de Jenifer afortunadamente) le pregunté por ella y me comentó que la marca acababa de vender una pequeña parte a unos socios españoles, dueños de marcas de lujo globales. Hace unos días estaba en mi clase de dirección de arte y estábamos mirando el diseño del techo. Uno de los páneles tiene una textura de puntos. Los alumnos comentaron que esos puntos no tenían ninguna función ya que no entraba o salía aire por ellos, les parecían decorativos o en otras palabras “inútiles”. Yo les contesté (de nuevo) con otra frase parafraseada de Oscar Niemayer: “La forma sigue a la función, es cierto; pero no olvidemos que la belleza tiene una función también” y muy importante ya que que puede significar en mi opinión… muchos, muchísisisimos dólares en la venta de una marca.¨